Estamos a escasos días de volver a la actividad y la palabra de una experta nos ayuda a diseñar el nuevo período. A continuación compartimos un escrito de la autora, capacitadora, formadora docente y consultora; Laura Lewin.

La vuelta a las aulas en debate
La revista de pediatría Pediatrics, una de las más importantes y prestigiosas del mundo, acaba de publicar un estudio en donde afirma que el riesgo de contagio en las escuelas es mínimo cuando se respetan las tres normas básicas del protocolo COVID: el uso de barbijo, el distanciamiento físico, y el lavado frecuente de manos. Esto no es opinión. Es información científica. ¿Por qué, entonces, se sigue debatiendo la vuelta a clases cuando está demostrado científicamente que la escuela no es el principal factor de transmisión del virus?
Algunas voces indican que muchas instituciones educativas no están preparadas para reabrir sus puertas, ya sea porque no tienen elementos de limpieza, de protección contra el virus, que tienen aulas superpobladas, o se enfrentan a cuestiones de recurso humano o infraestructura. Otros señalan al transporte público y/o escolar como otra de las causas. ¿Cuánto más de un año se necesita para hacer un relevamiento, articulando con quién corresponda (directivos, equipo de inspectores, consejo federal, intendencias, ministerio de transporte, etc) para asegurar las condiciones básicas para que las escuelas sean lugares seguros para alumnos, docentes y todos los actores de la educación? Somos nosotros, los adultos, quienes debemos hacer todo lo que corresponda para minimizar los riesgos de contagio para permitirles a los chicos volver a las escuelas. Tenemos que salir de la queja, del dedo acusador, y empezar a resolver. Si no, la historia, inevitablemente, se repetirá.
La problemática de tener aulas cerradas no afecta a los chicos en sus trayectorias académicas únicamente, sino también en su desarrollo socio-emocional. Debemos reconectar a los chicos con la vida. Niños con estrés, ansiedad, regresiones en el lenguaje, trastornos de la conducta, falta de interés o motivación son sólo algunas de las consecuencias que nos deja esta pandemia. No abrir las aulas en tantos meses ha tenido un efecto catastrófico para millones de niños y jóvenes, especialmente para aquellos en situación de vulnerabilidad y/o con necesidades diversas, muchos de los cuales han quedado fuera del sistema, y será muy difícil, sino imposible, revertir esta situación, lo que sin duda alguna, les traerá secuelas en sus vidas adultas.
La escuela no es sólo el lugar en donde se transmiten contenidos; la escuela es el lugar de las oportunidades. La escuela contiene, nutre, acompaña y tiende puentes. El derecho al juego, al ejercicio, a vincularse con otros y al desarrollo de habilidades socio-emocionales necesita reestablecerse. La escuela es uno de los lugares de mayor importancia para los seres humanos, en donde los chicos desarrollan habilidades como la resolución de problemas, el pensamiento crítico, la creatividad, el trabajo en equipo, la comunicación, entablar ( y mantener) relaciones, confiar e inspirar confianza, aceptar a los demás y sentirse aceptado, por nombrar solo algunas. Es el espacio en donde se conocen a ellos mismos, se ponen a prueba, descubren sus intereses, fortalezas y limitaciones, y desarrollan habilidades como la empatía, la compasión y la solidaridad. Y todo esto se logra, relacionándose con sus pares. Saber conectarse con otros es una condición imprescindible para una vida satisfactoria. La escuela les da a los chicos la oportunidad de trabajar tres habilidades claves para su vida:
– La habilidad de relacionarse con los otros.
– La habilidad de auto gestionar las emociones.
– Las habilidades de comunicación.
Muchos pensarán que esto puede hacerse en casa, con los hermanos, pero la realidad es que deben hacerlo, además, con sus pares. Claramente, los beneficios de tener abiertas las escuelas supera los costos de tenerlas cerradas.
Por supuesto que el cuidado de la salud sigue siendo una prioridad, por lo que pensar en una vuelta a las aulas, deberá hacerse cumpliendo a rajatabla con los protocolos. No se trata de que los docentes se inmolen por la vocación, pero de la misma manera que los médicos, con todo el resguardo posible, estuvieron en el lugar en donde debían estar, los docentes, con los cuidados que exige la situación, también deberían hacerlo. Somos educadores y debemos educar independientemente de las circunstancias. Situaciones extraordinarias demandan esfuerzos extraordinarios. Y en caso de tener personal en situaciones de riesgo, serán las escuelas quienes deberán relevar esas situaciones para hacer los ajustes necesarios. Sin duda alguna, hay también muchísimos docentes que prefieren y necesitan volver a las aulas.
En algunos casos, se podrá pensar en una modalidad combinada, articulando lo presencial con lo virtual. Para esto, el desafío de cada provincia estará en que cada alumno tenga garantizada la conectividad y algún dispositivo móvil para su uso pedagógico. Se debe garantizar la justicia educativa sin que esto implique nivelar para abajo. ¿Por qué esperar a que todo el país esté en condiciones de abrir las escuelas cuando podrían abrir aquellas que estén en condiciones, mientras que aquellas escuelas que, por cualquier motivo que fuese, y no pudieran, avanzan a paso firme para adecuarse a esta nueva realidad?
Con un presidente que afirma que las escuelas deben abrir, los gremios esgrimiendo lo contrario, y un ministro de educación que les da el poder de decisión a los gobernadores, es difícil saber qué pasará en las próximas semanas. Mientras tanto, ni los docentes, ni las familias, ni los chicos pueden organizarse en esta neblina.
La previsibilidad es la clave para una buena organización y planificación. Y esto es, justamente, lo que le falta a la educación en Argentina hoy.
Laura.